Día 1:

Sentí un estiramiento extraño pero reconfortante en mis dedos. Era como si finalmente tuvieran el espacio que necesitaban. El dolor que solía sentir por las noches no era tan intenso.

Día 3:

La molestia inicial comenzaba a desaparecer. Mis dedos se estaban acostumbrando a los separadores y noté que me sentía más equilibrado al estar de pie.

Día 7:

Noté que estaba parado más erguido. Mi postura mejoró porque mis dedos estaban más alineados, y el dolor en los pies que usualmente sentía por la mañana había disminuido significativamente. Incluso la tensión habitual en mis pantorrillas parecía aliviarse.

Día 10:

Me di cuenta de que mis pies no estaban tan cansados al final del día. La molestia constante a la que me había acostumbrado era casi imperceptible, incluso después de pasar horas de pie.

Día 15:

Podía caminar distancias más largas sin necesidad de detenerme a estirar los pies. Incluso después de un día completo de estar en movimiento, mis pies se sentían genial. Empecé a usar los separadores por más tiempo cada día, y se sentían cada vez más naturales.

Día 20:

Hice una caminata más larga de lo habitual y me di cuenta de que, por primera vez, no pensé en mis pies en ningún momento. El malestar que solía afectarme después de solo unas pocas cuadras había desaparecido. Incluso noté una mejora en mi equilibrio general.

Día 25:

A estas alturas, los separadores de dedos se habían convertido en parte de mi rutina diaria. Los usaba durante mi tiempo de relajación por la noche y, a veces, mientras hacía estiramientos ligeros. El dolor que solía despertarme por las noches había desaparecido por completo.

Día 30:

Al final del mes, el dolor en mis dedos prácticamente había desaparecido. No podía creer que algo tan simple pudiera marcar una diferencia tan grande. Incluso volví a hacer yoga, ¡y las posturas de equilibrio son mucho más fáciles! Mis pies se sienten más fuertes, y camino con más confianza en cada paso que doy.